NOTA DIARIO LA NACION.COM.AR
Sobre leyes no escritas y verdades de Perogrullo
Para LA NACION
Esta vez les tocó el turno a dos cantautores. Quizá como para descansar de políticos?
Pero a nadie se le ocurre separar la paja del trigo. Los medios, sobre todo la televisión, siguen empeñados en agudizarla desde la pura superficialidad del agravio. Y menea la palabra polémica, cuando en realidad se trata de controversia. Esperar esta distinción de palabras, en boca de comunicadores de la TV es pedir peras al olmo. Porque, castizamente, polémica es solamente una controversia planteada por escrito. Que así fue como empezó: en la tinta de un diario de circulación masiva.
Esta cuestión excede lo personal, si bien tiene su origen en lo personal. Es decir: en lo que piensa y siente cada artista sobre su arte. Alguno de ellos con convicciones?
En este siglo XXI, y desde antes de la década del noventa, se planteó más claramente que nunca, en el mundo entero, la opción entre masividad y arte auténtico. Como viejas antípodas. Como temas irreconciliables. Pero son los propios músicos -y no los críticos ni el hombre común- quienes distinguen siempre y claramente entre buena música y música basura. No lo hace un sector de artistas a los que suele acusarse de elitistas por el sólo hecho de ser serios, exigentes, dignos y éticos. Lo afirma un simple buen músico para quien esté dispuesto a escucharlo.
Cuando Fito Páez habla de convocatorias y recuerda que el señor Ricardo Arjona llenó 35 Luna Park, mientras Charly sólo actuó allí un par de veces, no está echando pestes contra Arjona. No dice que su arte es barato, demagógico, pasatista o pura basura. Fito Páez sólo habla de un hecho concreto. De una realidad palpable en la ciudad: el poder de convocatoria entre dos músicos. Y expone con sinceridad, sin petulancia, y con cierta claridad, sus objetivos artísticos, sus convicciones y los contenidos de sus canciones. Fito sólo se remite a exponer su credo artístico, basado en la sinceridad, en lo auténtico, en la creatividad y no en la especulación de la novedad o en la demagogia. Y está claro que se refiere al contexto de la ciudad, donde detecta un vaciamiento de ideas. Además, con humildad se coloca, otra vez, detrás de sus modelos: García, Spinetta y Nebbia.
La respuesta de Ricardo Arjona es de ofensa a Fito Páez, fiel a la consigna de que la mejor defensa es el ataque, como la practican, inveteradamente y sin el menor escrúpulo, nuestros conspicuos representantes del partido dominante de la Argentina.
Arjona descalifica el arte de Fito Páez y dice claramente que está en plena decadencia.
Si Arjona hubiese respondido que él compone y entrega canciones sencillas, sin mayores pretensiones musicales y poéticas, pero que le gustan más a la gente que las que compuso Charly García, y que por eso puede llenar treinta y cinco veces el Luna Park, hubiera sido sensato y modesto.
Hubiera ostentado la humildad de los grandes. Pero no. Prefirió refutarle a Fito con agravios. Con varias imputaciones presuntuosas, dañinas y caóticas de decrepitud.
De todos modos, el meollo de este asunto son las pautas y los códigos en los que está sumergida la música popular en las dos últimas décadas. Tal entorno está por encima de Fito Páez y de Ricardo Arjona. Exactamente eso que señalamos al comienzo: la opción entre masividad y arte. De este tema se viene escribiendo desde comienzos del siglo pasado: la sociedad de masas. "La rebelión de las masas", según Ortega y Gasset.
Es ley no escrita que el arte masivo convoca mucha gente. Verdad de Perogrullo, sin duda, pero dicha para que se entienda? Y es la música, quizá, el ejemplo más claro e irrefutable de esta situación en la que se encuentra hoy el mundo entero. Son multitudes las que acuden a escuchar al artista que ha conquistado ese poder de convocatoria, sin importar demasiado los mecanismos tácitos o explícitos de su lanzamiento al estrellato.
Por cierto que hay honrosas excepciones que confirman la regla. Por ejemplo la música que nace del talento, de la inspiración, del vuelo creativo, de la originalidad, de la libertad individual, de la creatividad auténtica, de la inventiva no atada a fórmulas consagradas. De lo que no cabe duda es de la proliferación y difusión masiva de mucha -muchísima- música y poesía compuestas según los parámetros y dictados del mercado discográfico y los códigos masivos de la industria del espectáculo. Los músicos -sobre todo los cantautores- conocen muy bien eso de la connivencia tácita entre las empresas discográficas multinacionales que buscan obsesivamente la ganancia pecuniaria, y los artistas que acceden al éxito masivo prefabricado en tales empresas por muchos de ellos.
Son los gerentes y directores artísticos de tales industrias del disco quienes, junto con los productores y representantes de los músicos, conocen al dedillo las fórmulas poético-musicales seguras para alcanzar el impacto masivo y la venta de tales productos.
Que este ritmo, que esta melodía, que este giro del verso, que la temática del momento, que la moda?¡esto va a pegar, seguro! Que el "estudio de mercado", que el momento oportuno del lanzamiento, fríamente calculado. A la gente hay que darle lo que pide. Antes era "pan y circo". Ahora es circo? Y lo prioritario: llenar salas de espectáculos o espacios al aire libre, llámese teatro, televisión, estadio, parque? Así de sencillo.
Nunca mejor empleada la palabra producto, tan aplicable a la industria. La que fabrica pastas, autos, cañones, ropa, juguetes, zapatos, confites?
Y están los músicos que acceden a tales pautas. No por otra razón han aparecido en los últimos veinte años -como hongos, como peste- cientos de cautautores clonados que irrumpen con canciones igualmente clonadas. Para consumo masivo. Para el negocio.
Y, de paso, para darle razón a don Quevedo: Poderoso caballero es don Dinero.
Artistas inclinados a las concesiones. Puro eufemismo, porque concesión es un modo de renunciar a la propia libertad, a principios estéticos y, sobre todo, éticos.
El círculo se cierra en una sociedad en la que la decadencia y el descenso cualitativo se han convertido en moneda corriente. No por culpa exclusiva de la gente, sino por la manipulación masiva de comunicadores por la que el público sucumbió a la vulgaridad, a la superficialidad, a la emoción virtual, al avance de la insignificancia. Comunicadores repentinos, advenedizos, sin formación cultural, sin principios, sin convicciones, sin escrúpulos, sin respeto por los valores de la belleza.
El entuerto entre Ricardo Arjona y Fito Páez quedará como anécdota para quienes lo sigan meneando alegremente. Queda por ver qué nos espera a quienes alentamos la esperanza de un mundo mejor, donde el arte recobre su dignidad y su destino originario de transportarnos hacia la belleza y con ella enriquecer