Cristina Banegas, parte de la nota del Página 12.

Ahora estoy tomando clases de conducir porque hago de taxista en la película de Fito Páez ¿De quién es el portaligas?, y voy a sacar el registro. Paso el aviso a todos los conductores y peatones del mundo que allá voy.
Ya filmé la primera escena, que era redifícil porque pasaba en el muelle del puerto de Rosario. Yo entraba con el coche, detrás de un balcón, giraba, frenaba. Y cuando estaba por salir, al borde del agua, con una sensación de vértigo pensaba: sigo de largo, le hago una Thelma & Louise, ¿me moriré dentro del auto en el río Paraná o saldrá una toma extraordinaria? Me daban vuelta esas ideas mientras estaba manejando, muy pegada al galpón. Y reviví una escena infantil: punta de la escollera de Mar del Plata, mucho oleaje y yo tirándome al suelo, bien aplastada. Tendría 4 o 5 años, es una imagen muy antigua que tengo de mí. Me quedé adherida como una lapa del ataque de vértigo que me daba el agua por todos lados, esas olas enormes del Atlántico.
Finalmente, como te habrás dado cuenta, no seguí de largo con el taxi. Hice la toma como cuatro o cinco veces porque había cosas que no salían que no tenían que ver conmigo. Manejé más cerca del agua, disimulé, me callé la boca como una señorita. En una escena anterior se me había despegado la media suela de adelante, me la pegaron y al día siguiente se volvió a abrir. Entonces, se ve que hice un esfuerzo con esta zona del pie –el arco, el talón, el empeine– para que no se viera esa lengua y no se siguiera rompiendo el zapato. Le tenía que entregar una valija con droga a alguien, llegaban dos patrulleros de la policía y yo me resistía. Quedé medio renga, pero ya fui al osteópata y me arregló bastante. Ahí tenés parte de mis aventuras como la taxista Rosa
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